domingo, 25 de diciembre de 2016

Fotorreportaje: Me parece haber visto un lindo patito...
























Fotos: Andrea Castro. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Convocatoria Arising / Resurgiendo: ¿Para cuándo?





Y, ¿para cuándo? ¿No pensás darle nietos a tu papá?, le haría tan bien ahora que se quedó viudo. Mirá que el tiempo pasa y las mujeres tenemos fecha de vencimiento. ¿No sentís que la vida te corre? Te vas a quedar sola, ¿quién te va a cuidar cuando seas vieja? ¿No te morís por tener una nena igualita a vos? Capaz que te gustan las chicas, está tan de moda ahora. Tanto estudio, tanto estudio, y seguís luchando por conseguir un buen laburo. Te vas a quedar para vestir santos y encima sin un mango. ¿Por qué no te buscás un tipo que te mantenga y listo? Te envidio, sanamente, pero te envidio, te perdés la maravilla de ver crecer a tus hijos pero sos libre, podés hacer lo que quieras y cuando quieras. Cuando te llegue la menopausia te vas a arrepentir. ¿A vos no te gustan los nenes, no? Tu problema es que vos esperás demasiado de la vida, vas a contramano del mundo. 



La violencia verbal y psicológica puede ser tan cruel y dolorosa como la física. Si bien pasa mucho más desapercibida, hiere y lastima de la misma manera, o aún peor. Algunas palabras se sienten como si fueran cachetadas, ciertas frases ahogan y atenazan la garganta al igual que un par de manos poderosas, y determinadas sentencias nos llenan de culpa, impotencia y llanto contenido. Muchas de las preguntas y aseveraciones con las que comencé este texto, me fueron planteadas a lo largo de los años por familiares directos y amigos cercanos. Para todos ellos mi gran pecado ha sido privilegiar mi desarrollo profesional por sobre el matrimonio y la maternidad.
Desde que entré en la espantosamente denominada edad de merecer, y a medida que fueron pasando los años sin las tradicionales novedades, las preguntas, las sospechas, los cuchicheos por lo bajo en el seno familiar y, finalmente, los cuestionamientos lisos y llanos, fueron en aumento hasta hacerse cada vez más frecuentes y apremiantes. Las ocasiones ideales para acorralarme eran mis festejos de cumpleaños, los casamientos de mis primas y hasta, muy desubicadamente, algún que otro velorio. Junto a cada año que se iba agregando a mi existencia, llegaba la frase de uno de mis tíos: “tantos años y todavía el pescado sin vender”. Esta expresión, clásica en la Argentina, tiene un trasfondo tan obsceno como misógino, ya que implica que una mujer, más que encontrarse con un hombre al cual amar, tiene que buscar un candidato que sea digno de adueñarse, al comprarla literalmente, tanto de su vagina como de su vida. Para los energúmenos que la continúan utilizando, la idea de enamorarse locamente y con pasión, sin tener por ello que vivir condenada a lavar calzoncillos y a ser la sombra de un hombre  más que su compañera de ruta, es inaceptable. Estos especímenes, entre los cuales también se pueden encontrar a varias damas sentenciosas, presuponen además que si una no se ha casado morirá virgen y amargada, salvo que lleve una vida libertina o ejerza la prostitución. Es increíble que en pleno siglo XXI todavía ser soltera sea sinónimo de solterona, como decían nuestras abuelas, o de puta. 



Otro de los planteos más agresivos que he recibido provino de un antiguo novio que se enojaba porque yo estudiaba demasiado. Solía decirme que no valía la pena esforzarme tanto porque después de recibida, con la atención de los hijos y la casa, no iba a poder llegar muy lejos en mi profesión. Sin saberlo, pero muy en sintonía con ese desgraciado, una tía me dijo cuando me recibí: “ya tenés el título, ahora traeme el novio y dejate de joder” Suena tremendo que aún hoy en día, y con todo lo que se ha luchado, la educación superior para las mujeres sea considerada solo un juego o un pasatiempo que pasa rápidamente a un segundo plano cuando llega el momento de formar una familia. Yo no lo  sentí nunca así, y no lo quise nunca asi, por eso decidí no ser una superwoman que mucho abarca y poco aprieta, ni una mujer partida y culpógena. Entiéndase, aunque muchos me tilden de egoísta por centrarme en mi propia vida, en vez de dedicarme a formar una nueva, para mí ser madre implica una entrega física, afectiva, temporal y energética de por vida, que una tiene que estar muy segura de estar dispuesta a brindar. Yo veo más un acto de egoísmo en el hecho de querer ser madre a cualquier precio, sólo para cumplir con los mandatos sociales y familiares, o para enganchar un buen candidato. Un hijo es demasiado importante como para tomárselo a la ligera, un hijo no es una mascota, ni una muñeca de la infancia que ahora se ha hecho realidad. Mucho menos alguien que traemos a este mundo para que cumpla nuestros propios sueños y expectativas y, además, sea una especie de enfermero asegurado para nuestra vejez. 



No es real que yo sea una persona libre, carente de responsabilidades y, por qué no decirlo ya que estamos, bastante inmadura, por el solo hecho de haber decidido no tener hijos. Para los demás es como si algo no se hubiera desarrollado bien en mí: “no puede ser que no tengas instinto maternal. El problema es que todavía no te cruzaste con el candidato adecuado, cuando lo encontrás el cuerpo entero te grita que tenés que tener un hijo con ese hombre” Las veces que me han dicho frases como esta, automáticamente he pensado:”o mi cuerpo es mudo, o piensa en otras cosas que no siempre tienen porqué terminar en un embarazo”. Todavía sigo dando explicaciones a estos planteos y agresiones veladas, de hecho, ¡lo he estado haciendo también en este texto! Aunque en rigor de verdad, también debo confesar que muchas veces me he callado, tragando el veneno que me inoculaba cada palabra. Por suerte, al pasar la barrera de los 43 años, y de un tiempo a esta parte, los cuestionamientos han menguado bastante. En las conversaciones con familiares, conocidos y amigos cercanos, ahora flota algo parecido a una especie de resignación: es evidente que ya soy un caso perdido. La fecha de vencimiento se acerca inexorablemente y como me dijo hace poco otra tía vil y ponzoñosa: “vos ya perdiste el tren, querida”. 
Texto y Fotos: Andrea Castro. 


Foto: cortesía MALBA

Foto: cortesía MALBA

martes, 27 de septiembre de 2016

La influencia de una misma época en dos mujeres muy diferentes.





Mi colaboración escrita desde el punto de vista histórico se suma a esta cruzada: el CMT y TERCIOPELO, revista online, no descansan en la lucha para acabar con la "dama antigua" y las falsedades históricas en la vestimenta. Por eso nuestra nueva edición está dedicada a la época y moda IMPERIO (1804 - 1820). Aunque ya hayan pasado los Bicentenarios, hasta que no haya ninguna nena más en actos escolares disfrazada de falso histórico.
Pasen y lean las notas completas en: 


domingo, 18 de septiembre de 2016

Jugar, experimentar, emocionarse y pensar. Yoko Ono Dream Come True.

Dream Come True, la muestra  de Yoko Ono que por estos días se puede ver en el MALBA es inclasificable desde un punto de vista estrictamente artístico. No se puede decir que es una exhibición cabal de arte conceptual, ni de video arte y, mucho menos, un work in progress. Cualquiera sea el rótulo que se le intente poner suena escaso o poco integrador. Yoko, en realidad, nos está mostrando una utopía, nos está invitando a sumergirnos en un universo deseado, soñado y, de tan utópico, casi irreal e inconsciente. Por esto mismo, su propuesta es eminentemente lúdica y participativa: solamente a través del juego alguien puede llegar a calar tan hondo en nuestro corazón  sin destrozarnos en el intento. Como quien no quiere la cosa, Yoko nos va llevando por un camino que transitamos guiados por esas inmensas consignas escritas en negrita sobre las blancas paredes del MALBA. “Respirá”, “sacate los zapatos y dejá que tus pies se conecten con la tierra”, “escuchá tu respiración y la de los demás”, “prendé un fósforo y miralo hasta que se consuma”. A primera vista, es necesario decirlo, las frases suenan muy a autoayuda envasada, esa que ya estamos todos hartos de consumir y, hoy por hoy, engaña a quien todavía necesita dejarse engañar. Sin embargo, muy cerquita de la entrada a la sala, la imagen fija en video de un John Lennon que nos mira con una dulzura infinita, pero a la vez inquisidoramente, nos hace sentir de un solo golpe que Yoko nos quiere decir algo muy en serio. Como si se tratara de un haiku, poco a poco, vamos comenzando a leer entre líneas, y el juego individual y colectivo que se plantea bidireccionalmente entre la artista y los asistentes (potenciado en esta época de selfies y redes sociales al rojo vivo), empieza a hacernos reflexionar en profundidad. 


Foto: cortesía MALBA


Uno de los primeros textos comienza así: “Mami, lo siento. Sin ti yo no estaría aquí. Nosotros no estaríamos aquí. Y aún así tu vida, tus lágrimas, tu risa, se han convertido en un recuerdo”. Hay que ser de piedra para no emocionarse y detenerse aunque sea un minuto a pensar, o a recordar, a esa mujer que nos dio la vida y nos ayudó a crecer desde su vientre o desde su corazón, porque una madre no se define solamente desde lo puramente biológico: hay maestras, hermanas, amigas o abuelas que, a veces, son más madres que la mujer que nos parió. Casi nadie resiste la tentación de dejar un mensaje escrito en el gran pizarrón que corona este primer espacio de la exposición. Y queda claro que, a pesar de que el mensaje escrito es efímero y anónimo en el contexto del museo, no lo será para nuestros más profundos sentimientos, recuerdos y pensamientos. 






Biológicamente hablando una madre, de cualquier especie, es el principio de la vida, como también lo son el agua y la tierra, dos temas que Yoko también aborda en esta muestra. Ambos elementos son mostrados de manera conceptual, el primero a través del Evento Agua, realizado en colaboración con otros artistas, y el segundo por medio de mapas. Es sumamente interesante ver lo que ocurre entre la gente y esa representación tan abstracta de nuestro querido planeta, ya que los mapas están pegados estáticamente contra la pared y somos nosotros los que debemos darles un sentido a través de un sello que  simple y sencillamente dice: imagina la paz. Es apasionante detenerse a ver en qué países y/o contenientes se han estampado la mayor cantidad de sellos, y analizar las diferentes actitudes que toman los visitantes ante la propuesta.
 -¿Dónde está Europa que no la veo?- pregunta un adolescente enfrentado a los mapas y con el sello en la mano. 
-Boludo, ponéselo a la Argentina- le contesta su acompañante de más o menos la misma edad. 
-No, hoy lo necesita Francia- responde decididamente el primero. 
Obviamente Argentina se lleva las palmas en cuanto a cantidad de sellos, pero Francia casi ni se ve, tapada por tanta tinta superpuesta, al igual que algunas zonas de Oriente Medio. África llama la atención por la escasa cantidad de frases, al igual que  ciertas regiones de Asia. Sea como sea todos quieren expresarse, y es curioso ver que, debido a la gran cantidad de gente y a que sólo hay dos sellos circulando, muchos deciden imprimir su propia huella digital embebida previamente en la tinta negra, o dibujar corazones y caritas felices. El dejar sobre una parte específica de la Tierra una huella digital puede tomarse  casi como una declaración de principios y como una manera de participar eminentemente personalizada que atenúa, aunque sea indirectamente, el anonimato de las miles de personas que pasarán por aquí mientras dure la muestra. 





Continuando con estas pequeñas acciones para intentar arreglar el mundo que nos propone Yoko, nos encontramos luego de los mapas con dos enormes mesas repletas de piezas de vajilla destrozadas, hilo sisal y cinta de embalar. Nuevamente la consigna desde la pared, que a esta altura uno ya puede “oír” como si fuera la propia voz de Yoko,  es clara: “repara con cuidado. Mientras lo haces, piensa en reparar el mundo”. Y a ti mismo, agregaría yo. ¿Cuántas veces nos hemos sentido iguales a estos cacharros rotos en mil pedazos? Un amor que se termina, un rechazo, un insulto, una cacheta, una profunda decepción, una enfermedad que de golpe invade nuestras vidas, un tiro disparado por un loco que se llevó la vida de John. Todos alguna vez nos hemos roto en mil pedazos, algunos más, otros menos, pero nadie se ha salvado, porque somos humanos y la vida nos duele. Yoko nos invita a reconstruirnos a nosotros mismos, pensando que quizás ese el punto de partida para  poder reconstruir nuestro propio planeta. La repisa que atesora los objetos que ya fueron reparados por los primeros visitantes de la exhibición, demuestra una vez la necesidad de expresarse que tiene la gente, que no solo rearmó las piezas de loza, sino que además escribió o dibujó sobre ellas. Visto en general el conjunto de elementos es maravilloso porque evidencia que querer es poder, que muchas veces uno se las debe arreglar con lo que tiene a mano, y que, como los humanos, los objetos se reconstruyen pero nunca vuelven a ser los mismos: algunas veces cambian para mejorar. 


Foto: cortesía MALBA







Foto: cortesía MALBA
A veces, para empezar a rehacerse, las personas primero deben descargar broncas, dolores y tristezas muy profundas que les ciegan el alma. Que mejor manera que hacerlo clavando un clavo contra una madera y dejando en esa acción y esa huella todo lo negativo que se suele cargar en las espaldas. Uno siente que cada golpe de martillo que descarga con todas sus fuerzas, se transforma en una especie de  acto catártico repleto de energía liberadora. Todo lo que nos molesta, nos ahoga y nos enoja queda allí clavado y retenido para siempre, junto a una parte nuestra: un simple cabello que, según Yoko , debemos agregar a esta especie de pintura vital que ella aconseja que trabajemos todas las mañanas. Ante esa nueva consigna de letras negras dibujadas sobre la pared, he visto en la exposición a señoras golpeado enormes clavos como si estuvieran endemoniadas, y a niñitos que no paraban de martillar hasta que lograban vencer la resistencia de la gruesa capa de madera. El gigantesco detalle que nadie parecía advertir es que la madera en la cual descargaban toda su furia con ahínco y pasión era, nada más y nada menos, que una inmensa cruz muy parecida a la que usaban los romanos para crucificar gente hace aproximadamente 2000 años. Es muy fuerte ver a cientos de personas, incluidas nenas arrodilladas, emprenderla a martillazo limpio contra la madera, sin siquiera detenerse un segundo a pensar lo que significan para la cultura occidental una cruz, un martillo y 3 enormes clavos, sea uno religioso, agnóstico e incluso ateo. Mientras observo la larga cola y la desesperación de la gente porque se acabaron los calvos o no encuentran el martillo me pregunto, ¿alguien estará pensando en Jesús? Y me contestó a mí misma: no, Yoko nos ha transformado a todos en potenciales verdugos sin que nos diéramos cuenta de ello. 


Foto: cortesía MALBA





Este estado de violencia colectivo y externo, se transforma en íntimo y puramente personal, cuando la artista aborda la violencia de género. Ya casi en el final descubrimos que la exhibición que estuvimos recorriendo puede albergar todavía una lectura más: aquella que tiene que ver con lo femenino y con la reivindicación del rol ancestral de la mujer como dadora de vida, pacificadora y mediadora desde el inicio de los tiempos. Si continuamos violentando a la Pacha Mama, al igual que a tantas esposas, hijas, madres y hermanas, por seguir crueles, demonizadores, revanchistas y caducos preceptos religiosos, culturales y económicos, no podemos esperar para nosotros un futuro prometedor ni como individuos, ni como sociedad, y muchos menos como especie. Los 224 relatos enviados por mujeres de toda Amérca Latina que han padecido alguna forma de violencia de género, conforman el sector menos lúdico de la muestra y, por ende, el más real y concreto. Sus palabras estremecen, golpean y replican la violencia que ellas han sufrido hasta el infinito. Las fotos de sus ojos entristecen y enojan a la vez, porque les ponen identidad a esas personas que día tras día sufren todo tipo de vejámenes por el solo hecho de haber nacido con dos cromosomas X. Yoko misma se pone en el lugar de todas ellas en las escenas del último video de la exhibición, en el cual se la ve sentada y con la mirada vacía, mientras un par de hombres se turnan para cortarle las ropas con enormes tijeras de sastre. Impávida, no realiza ningún movimiento para impedir su trabajo. Contrariamente se entrega, facilitando así la tarea de esos hombres que, poco a poco, la van desnudando. Solo atina a cubrirse los pechos con ambas manos cuando, ya sin más para cortar, la tijera avanza sobre los breteles de su corpiño. En ese momento ella mira a la cámara con la misma mirada dulce e inquisidora que, al inicio de la exposición, también encontramos en los ojos de John.  


Foto: cortesía MALBA








Textos: Andrea Castro. 
Fotos de la muestra: Andrea Castro y MALBA.  

La muestra se puede visitar hasta el 31 de octubre.
MALBA:  Av.Figueroa Alcorta 3415 - CABA.