viernes, 23 de marzo de 2012

El lenguaje sensitivo del color

Ciclo OPEN DC -2012

Objetivos:
  1. Indagar en otros conceptos y miradas sobre los colores, alejándose de las ataduras técnicas del círculo cromático habitual y de los estereotipos clásicos que los definen, para abrir un abanico de nuevas perspectivas con respecto a su manejo desde lo sensorial. 
  2. Generar nuevos disparadores creativos, tanto en diseñadores como en artistas plásticos, a través de ejemplo concretos sobre la utilización simbólica de los colores a lo largo de la historia del arte y del diseño. 





Contenidos:

1º Encuentro: Más allá del círculo cromático
 -Teoría del color de Goethe. La acción moral de los colores.
-Teoría del color de Wassily Kandinsky. El color y la forma. El color y el movimiento. El color y el espíritu.
- El color y la música. Ejemplo el Bolero de Ravel.

2º Encuentro: Todo depende del color que se utilice
 - El color a lo largo de la historia y en las diferentes culturas.
- El pasaje del color de la pintura al diseño. El Art Noveau y la Escuela de la Bauhaus.
- Simbología de los colores.
- El  color en el lenguaje de la moda y el diseño.

Días y Horarios: Jueves 10 y 17 de mayo 11:30 hs.  
Lugar: Mario Bravo 1050. Universidad de Palermo.



domingo, 18 de marzo de 2012

Inside the wall (parte II)



Segunda parte de la crónica del sexto recital de Roger Waters en Argentina


Durante veinte minutos el muro se puebla de fotos de personajes ilustres y desconocidos que han dado su vida por cambiar el destino de esta humanidad  que día a día se empeña en destruirse a sí misma, hasta que de pronto se queda mudo, transformado en lo que realmente es, una impenetrable, grisácea y sucia pared que bloquea absolutamente la visión de todo el escenario. Así comienza la segunda parte del show, con una banda que toca “Hey You” e “Is there anybody out there” sin ser vista. Solo las luces, que por encima del muro, se mueven y van cambiando nos dan una idea de lo que sucede allí atrás, son un indicio como lo son nuestros sueños, esos que se desarrollan detrás del muro de nuestra conciencia. Después del maravilloso solo de guitarra acústica que nos estremece hasta los tuétanos, los aviones vuelven a sacudirnos un segundo antes de que un pequeño resquicio se abra en esa inviolable pared y Waters, desde su living de alienado, nos deleite y estremezca con “Nobody home”, dejándonos acceder a un ínfimo pedacito de su cabeza hasta que los aviones vuelven a invadirlo todo y se desata la potente “Bring the boys back home”. A esta altura de la noche es casi insoportable ver a los soldados de las guerras actuales retornando  a sus hogares para abrazarse con sus hijos, en escenas desgarradoras que se suceden en el muro junto a frases lapidarias y otras imágenes aún más terribles. El pecho molesta, el aire falta y el dolor ya no se tolera, como tampoco la idea de saberse parte de esta barbarie, por obra de una guerra absurda que hoy a 30 años todavía nos lastima una y otra vez. Roger, ahora ubicado por delante del muro, aúlla su propio dolor, para luego caer nuevamente e impotente entonar “Confortably numb”. Este es el único momento en que Waters aprovecha para tomar un contacto más directo con el público, mientras sus músicos lo apoyan con los coros y los solos de guitarra encaramados en lo alto de la pared: la diferencia de escala que queda así planteada es impresionante. Nuestra alma se desgarra junto a la garganta de Waters y la mente, esa máquina de soñar, clama porque el que esta vez aparezca en la cima del alto muro sea David Gilmour. Con seis River adentro el milagro todavía no ocurrió, quizás en el noveno día Dios se apiade de las almas que pueblen esa noche el estadio. Mientras la guitarra llora su vibrante amargura y Waters apoya su frente contra el muro éste, de golpe, se funde sobre sí mismo en una masa de colores preanunciando un nuevo amanecer.





Las luces de esa aparente bella mañana rápidamente se van poblando de altas paredes que ocultan la naciente luz del sol para dar paso a una asfixiante arquitectura enmarcada por macizas columnas cuadrangulares: con la banda completa ya instalada por fuera del muro llegan “The show  must go on” (en una excelente versión semi acústica) e “In the flesh 2”, se despliegan las banderas y todo el estadio se convierte en una gigante manifestación al más puro estilo fascista. La locura va in crescento, miles de martillos marchan sobre el muro y ese ser, hasta ahora empequeñecido y vulnerable se transforma de pronto en nuestro peor enemigo. Nosotros, vaya paradoja, no podemos dejar de resistirnos a su influjo, a sus palabras, a todo lo que nos pide que hagamos. Todo nos persigue y nos amenaza, los martillos están a punto de masacrarnos, un monstruoso jabalí flota sobre el campo, sirenas policíacas y luces nos buscan por los lugares más recónditos de la cancha y hasta el propio Roger toma su ametralladora y, de frente a nosotros, nos dispara a mansalva mientras pregunta cuantos paranoicos están presentes esta noche en el estadio. Estamos en sus manos, paralizados y sin poder reaccionar: la cruel realidad es que este personaje y sus secuaces nos recuerdan demasiado nítidamente otra herida reciente y todavía abierta de nuestra historia. 





Nuestro espíritu ahora ya realmente no soporta más, el muro sigue escupiendo sobre nosotros sus horrendas verdades y pedimos piedad a los gritos mientras los martillos nos masacran los cráneos junto a los acordes de “Waitings for the worms”. El propio Waters nos saca del infierno al gritar “Stop” y salir violentamente de este delirio para caer en otro aún peor “The Trial”. Con desesperación nos deslizamos hacia un final que conocemos de memoria, pero por el que clamamos, las animaciones vuelven para darnos el tiro de gracia, pavoneándose a lo ancho y a lo largo de todo el muro hasta que el horrendo juez dictamina lo que tanto ansiamos escuchar: “breaking the wall”. Ráfagas de imágenes se suceden sobre el muro narrando nuevamente toda la historia  una y mil veces, mientras que detrás nuestro miles de voces empiezan a gritar la sentencia que se transforma en un mantra, un mantra que finalmente grita todo el estadio a voz en cuello. Por fin el muro literalmente se parte y cae en cascada; en un segundo de gloria ese muro que sin darnos cuenta, porque como en la vida estábamos distraídos en otras cuestiones, vimos levantar ante nuestros propios ojos se desmorona sobre el escenario al mismo tiempo que el jabalí cae sobre el campo y es destrozado por la gente. Nuestro sufrimiento también cede de golpe, para dar paso a una extraña paz y a un inmenso agradecimiento: no alcanzan los gritos, ni las ovaciones, ni los aplausos para expresar lo que sentimos. Con los restos del temible muro a sus pies los músicos con algunos pocos instrumentos se reúnen para celebrar junto a nosotros este inmenso y merecido momento de paz, que nos inunda hasta las lágrimas, con una magnífica y casi bucólica versión unplugged  de “Outside de wall”. 




The Wall es una obra monumental, una obra que en forma de álbum, película y show ha conseguido que su autor haya podido sublimar por tres el profundo dolor que atormentó su espíritu desde muy pequeño. No todos  los seres humanos pueden darse este lujo, porque no todos los seres humanos nacen bendecidos por ese espíritu creativo y artístico que sin dudas eleva a Waters a la categoría de genio musical, sin dejar de lado su profunda humanidad. A lo largo de los años el músico supo madurar su mayor obra de tal manera que logró transformarla en un alegato antibélico pocas veces visto en el mundo del rock, relegando a un segundo plano la profunda crítica que también The Wall realiza sobre el negocio de la música. 
Noche tras noche, en un acto de coraje absoluto que dejaría pasmado a más de un psicólogo, Waters materializa su peor pesadilla para luego derribarla y generar una energía tan poderosa que su onda expansiva nos atraviesa de lado a lado el cuerpo y el alma. The Wall Live duele, duele por su extraordinaria belleza y perfección, duele porque desnuda las miserias humanas de una manera bestial, duele porque nos recuerda en carne viva nuestros propios muros y nos exhorta a romperlos en mil pedazos para salir de nuestro rutinario encierro y luchar por nosotros y por los demás. 




Inside the wall (parte I)

Crónica del sexto recital de Roger Waters en Argentina

El ritual se repite casi calcado cada vez que un recital de magnitud planetaria aterriza en la inmensidad del estadio de River. La comunión de las afortunadas 40 mil almas que caminan cuadras y cuadras es total, no importan ni el caos de tránsito, ni las colas, ni las horas de espera, ni siquiera el precio de las gaseosas: todo se diluye en el preciso instante en el que uno entra a la cancha y se enfrenta por primera vez cara a cara con el escenario, todavía mudo y en estado de reposo.
Es difícil describir lo que se siente en el momento exacto en el que se dejan atrás las escaleras y por fin se emerge a la grandiosidad de las tribunas de River. Año tras año, recital tras recital, la emoción se siente igual y corre rápida por las venas. Sin embargo este 2012 las cosas son un poco diferentes y el ritual rockero por excelencia luce algo alterado. El impresionante muro a medio construir intimida y marca la cancha de entrada dejando en claro que aquí no habrá divismos pop, ni fuegos artificiales festivos, y mucho menos jugarretas entre el ídolo y su público. La sensación se hace carne en la espera, que carece de los típicos juegos colectivos que se arman de tribuna a tribuna con una ausencia notoria: la ya clásica ola. Solo un ritual surgirá espontáneo y masivo cuando, entre la estudiadísima selección de temas que conforman la previa, se escucha De música ligera, y el estadio entero corea y aplaude la voz de alguien que quizás, algún día, pueda volver a cantar. Pasadas las nueve de la noche los musicalizadores comienzan a afinar la puntería y disparan sobre los asistentes con Imagine y Mother, dos temas del gran gran John Lennon: indefectiblemente se siente que el comienzo está cerca.   


La patada inicial llega con los inconfundibles acordes de “In the flesh”, el fuego y todo el poder del ídolo rockero que sale al escenario para transformarse en ese fascista personaje portador de la verdad. El muro se enciende y se transforma en una gigantesca pantalla que aplasta todos los sentidos con sus hipernítidas y terribles imágenes, a la vez que las torres de sonido, ubicadas alrededor y por fuera de todo el anillo de tribunas del estadio, nos atraviesan con el sonido de inmensos motores de aviones de guerra y fuego de metralla. Rasantes, los cazas pasan por sobre nuestras cabezas y todos instintivamente nos damos vuelta buscándolos hasta que vemos a uno de ellos, allí está, cruza el cielo del estadio y se estrella contra el escenario. “The thin ice” llega entonces, desgarradora a través de la intacta voz de este hombre de 69 años, que comienza su catarsis mostrándonos la foto de su padre muerto en la Segunda Guerra Mundial. Los rostros de soldados y civiles, los años y las guerras se van sucediendo tanto en la pantalla central como en el muro, multiplicándose por miles hasta el infinito sobre cada uno de los ladrillos y en nuestra retina. De pronto todos se convierten en un océano de fuego que fluye desde la pared hacia nosotros y el comienzo de “Another Brick in the wall, part 1”, con el primer solo de guitarra de Waters incluido, es solo una mínima muestra de la solidez e impecabilidad de toda la banda. Los helicópteros atronan a nuestras espaldas, el maestro aparece en forma de títere gigante, verde y con los ojos en llamas, nuestros brazos se alzan y las gargantas gritan ese estribillo que tantos directores de escuela deberían escuchar cada mañana. Llegan los chicos que invaden el escenario con toda su fuerza y vitalidad para cantar a voz en cuello, acercarse sin miedo al maestro y echarlo agitando sus manos. Waters se suma a ellos, los acompaña tocando su guitarra y alzando los brazos también, sabiendo que estos pibes argentinos no pertenecen a ningún colegio privado sino a uno de los tantos barrios humildes de nuestro país; mientras, las guitarras de Snowy White, Dave Kilminster y G.E. Smith, acopladas a la perfección con el órgano Hammond de Harry Waters  nos van llevando hacia el apoteótico final. 






Roger nos saluda ahora en un muy forzado castellano y aprovecha para dedicar la función a las Madres de Plaza de Mayo y a Ernesto Sábato, luego de lo cual nos comenta, ya en su idioma natal, que “Mother” la va a cantar a dúo consigo mismo, gracias a una filmación de 1980 en la que está mucho más joven y mucho más arruinado. Cuesta creer que este atlético señor, tan insólitamente parecido a Richard Gere, pudo haber terminado con su sufrimiento personal simplemente desintegrándose en las manos de la más dulce de las sobredosis. Su fuerza interior, la lucha que libró y plasmó en uno de los hechos creativos más impresionantes del siglo XX, y el sentido que hoy ha encontrado su mensaje, lo ponen, seguramente, a la par de los más afamados candidatos al premio Nobel de la Paz. 
“Goodbye blue sky” puebla nuevamente el muro de aviones, un muro que en la semi penumbra del escenario comienza a crecer, rodeando peligrosamente a la banda, que poco a poco va quedando encerrada por los ladrillos puestos a mano por sombras fantasmales que se deslizan sigilosamente entre los músicos. Las bombas comienzan a caer sobre la pared, son bombas con forma de cruces, signo pesos, estrellas de David, medialunas árabes, logos de Shell y de Mercedes Benz que caen y se fusionan en una especie de masa sanguinolenta que amenaza con rebalsar y ahogarnos a todos. El muro nos mostrará y a la vez se nutrirá, para ir creciendo hasta cerrarse, de todo lo que se proyecte sobre él: las fotos de los muertos, las bombas, la sangre, el delirio neonazi, ese grito desgarrador y anónimo que intenta romperlo infructuosamente y, entre otros personajes, las mujeres que marcarán el destino de Pink. Pasarán así “Empty spaces”, “What shall we do now?”, “Young lust”, “One of my turns” y “Don’t leave me now” junto a las proyecciones de las secuencias de animación que crearon el ilustrador Gerald Scarfe y el propio Waters  para la película y nuevas escenas que modernizan el discurso de las filmadas por Alan Parker en 1982. Es impactante la proyección de la escena que muestra la cópula entre las dos flores, precedida por horrendas raíces que agitan los ladrillos y los abren sin llegar a romperlos; y la aparición de esa hembra siniestra, que fagocita a Pink como si fuera una viuda negra, convertida en un enorme títere verdoso, macabro y fatal. 





“Another brick on the wall, part 3” suma al muro, que a esta altura solo posee tres diminutas ventanitas por donde se intuye a la banda, toneladas de basura televisiva  conformada por políticos vomitando sus mentiras, escenas de violencia callejera y avisos publicitarios varios. La pared se transforma ahora en un inmenso televisor, cuya pantalla estalla en mil pedazos porque ya no puede soportar tanta mierda y cobardía. Macabramente liberado, el muro cobra aún más vida y late al ritmo de los ladrillos que intentan despegarse pero inexorablemente vuelven a unirse, cubiertos otra vez por miles de rostros que naufragan y desaparecen en un océano de sangre que se pierde en una negrura infinita. Desde una pequeña ventana que todavía queda abierta, en la ahora espantosa inmensidad del muro, Waters canta completamente desolado “Goodbye cruel world”, mientras todos desesperamos por poder ayudarlo porque lo entendemos, porque alguna vez, o siempre, hemos estado también detrás de nuestro propio muro sin poder salir. Y porque quizás en el mundo entero se estén levantando muros para aislarnos cada vez más los unos de los otros. Con el final del tema la pared se cierra definitivamente y queda sellada, como si el mismo Waters se hubiera amordazado después de decirnos adiós. Los primeros acordes del tristísimo Adagio de la 5ª Sinfonía de Mahler comienzan a sonar y nos anuncian un intermedio que nos dará solo unos pocos minutos de breve respiro.  




lunes, 12 de marzo de 2012

Moda del siglo XX en el Museo de la Mujer

Curso: Grandes diseñadoras del siglo XX
Lic. Andrea Castro

El mundo de la moda, paradójicamente, siempre ha estado gobernado por hombres. Desde tiempos inmemoriales grandes personajes y diseñadores le han impuesto a las mujeres, con qué vestirse pero, sobre todo, con que torturar sus cuerpos. A pesar de ser resistidas y criticadas, desde Cocó Chanel en adelante, fueron muchas las mujeres que se animaron a cambiar esta historia, su historia, nuestra historia.



Objetivos:
• Observar la evolución de la indumentaria femenina a lo largo de un siglo en el cual, gracias al aporte de las mujeres, pudo transformarse en un producto capaz de acompañar los radicales cambios que a cada una de ellas les tocó transitar.
• Desentrañar el largo camino hacia la funcionalidad que las mujeres recorrieron en busca de su libertad vestimentaria en relación directa con el contexto social, político y económico de cada una de las décadas del siglo XX. 

Contenidos: 
• Moda para la mujer y ropa para el hombre. Los primeros movimientos de reforma en el arte y la moda femenina. Los hombres que iniciaron el camino: Paul Poiret y Mariano Fortuny.
• La Primera Guerra  Mundial y la moda funcionalista. El cuerpo liberado. Los felices años 20, el charleston y la Garçonne. Madeimoselle Chanel: sencillez y comodidad. La reinvención de la indumentaria femenina a partir de la masculina. El furró negro, el tejido de punto y la bijouterie invaden el guardarropa. El arte se comienza a conjugar con la moda: Sonia  Delaunay, sus vestidos simultáneos y sus diseños textiles. 






• Los años 30: el renacer de la elegancia. Madelaine Vionnet, el corte al bies y las prendas sin costuras inspiradas en la Grecia Clásica. Su sucesora: la gran Madame Alix  Grès. Elsa Schiaparelli y sus escandalosos diseños surrealistas.
• El fin de la Segunda Guerra y la llegada del New Look. Las maravillosas prendas de Dior: una nueva cárcel para la mujer. 1960: la verdadera revolución. El nacimiento de la cultura joven. El comienzo de la liberación femenina. Carnaby Street y la innovación de la mano de las jóvenes inglesas. Mary Quant, la minifalda y los primeros lineamientos deportivos en la indumentaria de calle. Sonia Rykiel y el triunfo definitivo del tejido. 





• La década del 70 entre la utopía hippie y la rebeldía punk. La indumentaria femenina como una forma de expresar las opiniones personales.  Zandra Rhodes y el desarrollo del diseño textil. Vivienne Westwood: la madre de la moda punk y la guardiana de la ironía inglesa.
• Los años 80: vestirse para tener éxito. Donna Karan, la Cocó Chanel de fin de siglo. Prendas cómodas y distinguidas para la mujer ejecutiva. Rei Kawakubo: la estética japonesa que shockea a las mujeres occidentales. La irregularidad y la imperfección como signo de vida. 





Dirigido al público en general, a estudiantes de diseño de indumentaria y vestuario, a diseñadores y a toda persona interesada en las cuestiones de género y su estrecha relación con la moda. No se requieren conocimientos previos para tomar el curso.

Metodología: exposiciones audiovisuales abiertas al debate. 
Duración: 8 clases los días miércoles de 18 a 20 hs. 
Lugar: Museo de la Mujer: Pasaje Rivarola 147 - CABA  
Informes e inscripción: andreacastro20@gmail.com